El día que llegaste fue muy sutil, no hubo fiesta, no hubo ruido, no hubo gentío. Solo las dos en una complicidad tácita, como si se paralizara el mundo durante esas doce horas que viajaste por mis entrañas, buscando un rinconcito por donde salir y; acabar con esa pesadilla que seguro para ti era descomunal ante mis dolores de parturienta en estreno. Mis ansias de tenerte y por fin conocerte me transgredían la calma. Estaba hechizada por la curiosidad de conocer tus ojos, tus manitas, tu naricita que ojala fuera como la mía, tu boquita que Dios quiera no fuera como la mía. Tus piececitos seguían pateando mi vientre inmaduro como añorando también conocerme. Cuando mis palmas encontraban tus manitas, respondías con golpecitos suaves como diciendo: ¡ya llego...falta poquito!. Por fin, alguien dijo que ya estabas lista, que había llegado el momento… mi corazón casi se paralizó latiendo a la velocidad de la luz, pensando que nuestro encuentro estaba tan cerca que ya no había que esperarlo. Los dolores crecieron, pero el aire se hizo tan suave que pude propagar sosiego. Entonces, con toda la fuerza que mis 26 años había fabricado para mi; y el último atisbo de dolor, sumergí mis moléculas y mi energía en un pedacito de cielo que, llego rápido, sin pausa y con contundencia para aferrarse a la vida fuera de su casa provisional. Llegaste, naciste y … ¡yo volví a nacer contigo!. Pequeña parte de mi, que eligió aquel día jueves 8 de julio, a horas 10:25 a.m. , con apenas 2,450 gr., para regalarme la felicidad de ... ¡ser MADRE!.